Libros de J.L. Beck

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Autor: kuanister

Temática: General

Descripción: 6 Prólogo Pasado: Zerro ama —grité. Mi cuerpo se estremece con cada respiración. No he podido encontrarla aunque la escuché gritar. Nunca había oído a mi madre gritar de esta manera antes. Mi estómago se retorció en nudos mientras el miedo me atravesaba. ¿Tal vez la señora de la limpieza la tomó por sorpresa? Baje volando las escaleras y por el pasillo hasta su habitación. Estaba justo fuera de su puerta cuando escuché su grito otra vez. No era el grito que hacía cuando estaba asustada; era un grito distinto, un grito aterrador. —¡Sólo llévame a mí! ¡Deja a Alzerro en paz! —escuché a mi madre llorar. Quería correr hasta ella, para sostenerla y protegerla. Algo me mantenía en el sitio sin embargo. Sabía que quienes fueran que tenían a mi madre veía que estaba ahí, me llevarían con ellos. —El muchacho será un rey mafioso algún día. ¿Piensas que simplemente lo dejaremos aquí contigo? —Sonaba como si este hombre le gritara, pero su voz no era elevada. El vello en la parte posterior de mi cuello se erizó mientras seguía escuchando sus súplicas. ¿Dónde estaban los guardaespaldas? ¿Por qué no la tenían a salvo? —El niño es nuestro —dijo el hombre que no había visto todavía. A continuación escuché, el último grito, la última suplica dejando los labios mi madre. Sonó un disparo, el sonido reverberando a través de mí. Un disparo que me cambió la vida, quitándome la única persona que amaba, la única persona que me amó. Recé que no hubiesen disparado a mi madre, pero sabía que lo había sido. —Retiraren el cuerpo de la casa. No quiero que el niño la encuentre. Me giré sobre mis talones cuando la voz de hombre se acercó a la puerta. Todo en mi me decía que debía correr, esconderme. No podía dejar que él me viera, tampoco quería verle yo. Corrí por las escaleras con todas mis fuerzas hasta mi habitación donde cerré la puerta y la bloqueé. Sabía que no serviría de nada si tenían pistolas, pero tenía que intentarlo. Quienes quieran que fuesen, eran hombres malos. Ni siquiera un minuto más tarde, la manija de la puerta se sacudió. Mi cuerpo tembló de miedo mientras me alejaba tantos pasos como podía. Podía oír la madera astillándose contra el peso de quien estaba del otro lado. Mirando alrededor de la habitación, no podía pensar en un lugar para esconderme. —M

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